Origen, Desarrollo y características
La narrativa nicaragüense surge con los cuentos que se desarrollaron en la época colonial como expresiones populares. Estos fueron transmitidos oralmente y fueron causa de la mentalidad mágica indígena y española. Entre los cuentos se resaltaban los de aparecidos (que tenían que ver con lo sobrenatural) y los de animales. En los cuentos de animales se encuentra El Tío Coyote y el Tío Conejo, que enfrentan dos caracteres universales: la sagacidad realista y el idealismo inocente.
El testimonio oral también concibió las narraciones originarias de un personaje folklórico español (como Las aventuras de Pedro Urdemales) y las narraciones de los cuentos de mentirosos (estos estaban caracterizados por excesiva imaginación).
Posteriormente, a finales del siglo XIX, Rubén Darío incorpora cuentos y varios intentos fallidos de la novela a su carrera literaria. Estos tenían un carácter Europeo, naturalista, fantástico, y de protesta social. Al mismo tiempo, surgieron algunas narraciones costumbristas con Anselmo Fletes Bolaños, Salvador Mendieta y Salvador Calderón Ramírez. Estas narraciones reflejaban las costumbres populares de la sociedad en Nicaragua, lo que muchos críticos describen como un falso pintoresquismo porque solo reflejaban las costumbres Europeas de algunos nicaragüenses.
Entre 1910 y 1930, se destacaron varias colecciones de crónicas que describían el pasado colonial. Entre los cronistas de esta época, se distinguían Leonardo Montaban con su Aromas de santidad y Salvador Ruiz Morales con El libro de Pedro Roa. A partir de la década de 1920 la narrativa giró alrededor del submundo del campesino en una sociedad dominantemente rural. Este regionalismo continuo hasta la década de 1950. Esta narrativa buscaba encontrar la identidad de Nicaragua y se limitaba al cuento y al relato.
En los 1960 se encuentra la solidificación de la narrativa nicaragüense con sus principales narradores. Estos ofrecían un grupo de libros y mundos fundados que tuvieron señal en 5 cuentos, una breve antología que presentaba un cuento de nicaragüenses que descubrían la realidad nacional desde una nueva perspectiva. Entre ellos, encontramos a Juan Aburto, Fernando Silva, Mario Cajina Vega y Sergio Ramírez.
En 1980 surge una narrativa nicaragüense influenciada por la revolución, donde salieron a luz muchos escritos de carácter testimonial. Esta tendencia la rompió Sergio Ramirez con la publicación de Castigo Divino, una novela histórica donde relata la historia de Oliverio Castañeda. Igualmente, Gionconda Belli rompió esta tendencia con Sofia de los Presagios.
A finales del siglo XX, se noto el impulso del Movimiento de Vanguardia por difundir al cuento, al relato y a la novela, su renovación literaria. En un inicio, los miembros del movimiento buscaban estudiar la vanguardia de inclinación cosmopolita, para encontrar una temática nacional que sobrepasara el regionalismo y para explorar el relato mágico. Sin embargo, no se realizaron hasta mucho después, cada autor por su propia cuenta, con alcances diferentes.
El testimonio oral también concibió las narraciones originarias de un personaje folklórico español (como Las aventuras de Pedro Urdemales) y las narraciones de los cuentos de mentirosos (estos estaban caracterizados por excesiva imaginación).
Posteriormente, a finales del siglo XIX, Rubén Darío incorpora cuentos y varios intentos fallidos de la novela a su carrera literaria. Estos tenían un carácter Europeo, naturalista, fantástico, y de protesta social. Al mismo tiempo, surgieron algunas narraciones costumbristas con Anselmo Fletes Bolaños, Salvador Mendieta y Salvador Calderón Ramírez. Estas narraciones reflejaban las costumbres populares de la sociedad en Nicaragua, lo que muchos críticos describen como un falso pintoresquismo porque solo reflejaban las costumbres Europeas de algunos nicaragüenses.
Entre 1910 y 1930, se destacaron varias colecciones de crónicas que describían el pasado colonial. Entre los cronistas de esta época, se distinguían Leonardo Montaban con su Aromas de santidad y Salvador Ruiz Morales con El libro de Pedro Roa. A partir de la década de 1920 la narrativa giró alrededor del submundo del campesino en una sociedad dominantemente rural. Este regionalismo continuo hasta la década de 1950. Esta narrativa buscaba encontrar la identidad de Nicaragua y se limitaba al cuento y al relato.
En los 1960 se encuentra la solidificación de la narrativa nicaragüense con sus principales narradores. Estos ofrecían un grupo de libros y mundos fundados que tuvieron señal en 5 cuentos, una breve antología que presentaba un cuento de nicaragüenses que descubrían la realidad nacional desde una nueva perspectiva. Entre ellos, encontramos a Juan Aburto, Fernando Silva, Mario Cajina Vega y Sergio Ramírez.
En 1980 surge una narrativa nicaragüense influenciada por la revolución, donde salieron a luz muchos escritos de carácter testimonial. Esta tendencia la rompió Sergio Ramirez con la publicación de Castigo Divino, una novela histórica donde relata la historia de Oliverio Castañeda. Igualmente, Gionconda Belli rompió esta tendencia con Sofia de los Presagios.
A finales del siglo XX, se noto el impulso del Movimiento de Vanguardia por difundir al cuento, al relato y a la novela, su renovación literaria. En un inicio, los miembros del movimiento buscaban estudiar la vanguardia de inclinación cosmopolita, para encontrar una temática nacional que sobrepasara el regionalismo y para explorar el relato mágico. Sin embargo, no se realizaron hasta mucho después, cada autor por su propia cuenta, con alcances diferentes.